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Casi toda mi vida profesional me he movido entre hombres… demostrando, aprendiendo, esforzándome al máximo para no ser señalada con la mirada como nominada a abandonar el barco.
Al principio, joven, insegura y llena de miedos, observaba las reglas de juego, exponiéndome lo justo.
Ahora, con más tiros que un saco de arena, me lanzo a pecho descubierto, me muestro tal como soy, aún a riesgo de que me mal interpreten…
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El otro día tuve que hacer la presentación de un proyecto y de mí misma… a priori sin nervios, estoy acostumbrada a hablar en público. El problema fue cuando la anterior exposición había sido tan emotiva que tenía un nudo en la garganta.
El dilema que se planteó es como el de un presentador del telediario que acaba de emocionarse con una noticia triste y luego tiene que hablar del IBEX35. Duro, ¿verdad? Una sensación rara, muy rara… Para esto no iba preparada…
Solución: La espontaneidad. Improvisar. Hilar con el tono que se había quedado en el ambiente, hablar con el corazón y una vez retomada la compostura hablar de mi proyecto pero desde la perspectiva más humana…
Más tarde, ya a solas y en frío me preocupaba la imagen que podía haber dejado en los asistentes. El haberme mostrado tal como soy, sin tapujos, con mis debilidades y fortalezas, incluso con la emoción a flor de piel.
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Hoy un asistente me ha felicitado por aquella intervención. Me he vuelto a emocionar recordándola…
¿Qué ha pasado con la impermeabilidad de antaño en los negocios?
El mundo está cambiando, y lo que antes era una debilidad, ahora se torna casi necesario…
¿Qué opináis? ¿Creéis que mostrar el lado más humano de la persona es positivo o negativo?
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